Minientrada

En una décima de segundo

Es muy duro, pasar de hablar cada día con una persona a no saber nada de ella. Es muy, muy duro, esperar sus buenos días, su risa, sus audios, cualquier palabra que quisiera compartir conmigo. Qué difícil es pasar de todo a nada en un segundo. Es una décima de segundo, cuando sabes que ya todo ha terminado y te giras para marcharte, cuando sabes que es definitivo. Cuando no puedes parar para volver a mirar a esa persona porque caerás de nuevo y correrás a sus brazos, buscando ese abrazo que tantas veces te ha salvado, su olor familiar que te acompaña en sueños, su tacto suave y seguro, sus besos que ya eran hogar. Qué duro es dar media vuelta, seguir andando, sabiendo que quizá dejas atrás un amor que querías, que te hacía sentir bien, que te llenaba por dentro.

Pero que no te convenía.

Hoy he escuchado el sonido que avisaba de tu mensaje y un escalofrío ha recorrido todo mi cuerpo. Mi corazón se ha parado esa décima de segundo en la que me giraba para no volverte a ver, inesperada, anhelante. Tan duro el adiós, tan difícil el silencio, que he imaginado que volvías a decirme buenos días, como si nada hubiese ocurrido.

Como si en esa décima de segundo, tú hubieras corrido hacia mí, me hubieras cogido del brazo y girado para no dejarme escapar, para luchar por lo más hermoso que puede unir a dos personas, para arriesgarte a vivir una aventura sin ataduras, sin fecha de caducidad, sin pretensiones. Para estar estar conmigo.

Pero en esa décima de segundo en la que imaginaba que todo volvía a la normalidad, apagué el móvil, cerré los ojos y recordé que para arriesgarse hay que ser valiente y mostrarse sin armadura. Pero tú preferiste plantarte y echar a andar hacia el lado contrario al mío, con todas tus defensas en alto, con tu armadura intacta.

Y en esa décima de segundo pudieron pasar tantas cosas… tantas cosas…

Minientrada

Marcada a fuego

Tengo el cuerpo lleno de heridas, de marcas que has ido imprimiendo en mi piel. Heridas invisibles, heridas a fuego candente grabadas en mi pecho, cuello, barriga, espalda, piernas. Heridas que no dolían, es mas, eran satisfactorias, agradables y deseadas. Eran esas heridas de las que presumes por lo que significan para los dos.

Hoy, tras sobrevivirte, me he desnudado y me he mirado al espejo: ahí están todas esas heridas. He recorrido con las yemas de mis dedos cada beso, mordisco, arrebato emocional que has causado en mi cuerpo. Cerrando los ojos, he recordado cómo me hiciste cada herida, cómo me marcaste por dentro y por fuera.

Dos lágrimas han surcado mis mejillas, dos lágrimas que representan todo el dolor que me afligiste y que siento desde que me fui para no acabar muerta en vida por tus satisfactorias, agradables y deseadas heridas que gustosa quería recibir. Como un balazo a ojos cerrados, como caer desde lo alto del amor arriesgándote por lo que más quieres; sabiendo que nada te espera abajo. Sabiendo, que si me quedaba, llegaría a un punto que me infligirías una herida mortal.

Y me quiero demasiado como para dejarme morir por un amor que tenía fecha de caducidad desde tu primer beso, mi primera herida.